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"NAM Sibyllam quidem Cumis ego ipse oculis meis vidi in ampulla pendere, et cum illi pueri dicerent: Σίβνλλα τί θέλεις; respondebat illa: άποθανεΐν θέλω."

Compuse y grabé WASTELAND entre junio de 2016 y agosto de 2017. El título es una alegoría a la sequía espiritual, la árida llanura que transita el alma en busca del agua, en busca de propósito y sentido. Es también una doble referencia al Rey Pescador (Rey Castrado, herido de muerte) de las leyendas artúricas y al capítulo de La Rama Dorada de Frazer dedicado al sacrificio del rey moribundo (cuando el rey enferma, su reino enferma con él). Y por supuesto, es también un homenaje al poema The Waste Land, de T. S. Eliot, del cual hay varios elementos repartidos a lo largo del álbum.

Lo concebí como una muy heterogénea paleta de sonidos y texturas. La semántica del disco y su concepto se relacionan con la música como una micropolifonía: no hay una melodía que uno pueda recordar o tararear, hay una textura, un color, un estado anímico. Como en un cuadro abstracto, no es figurativo, uno no puede describirlo, contarlo en formas, hay que sentirlo uno mismo, y no habrá dos percepciones iguales. Es una estructura lineal sustentando varias narraciones -algunas no lineales-, con varias lecturas posibles.

La primera y, quizá, la más obvia, sería entenderlo como un cuento de ciencia-ficción que narra el colapso de una civilización desde la perspectiva de un superviviente, siguiendo las etapas de El Viaje del Héroe de Joseph Campbell, y el periplo homérico de Ulises en Odisea. Otra interpretación posible serían las etapas en la vida natural de una persona: infancia, juventud, madurez, senectud; en este sentido, también ciertos detalles en alguna canción apuntan al periplo de David Bowman y, por extensión, la Humanidad, en 2001: A Space Odyssey. A diferencia de la obra de Homero, aquí el Héroe no regresa a Ítaca, sino que muere y resucita como otra entidad, el “Niño Cósmico”. Muy relacionada con la interpretación anterior, otra lectura sería el proceso destructivo/creativo y purificador del Superhombre de Nietzsche desde el camello hasta el Niño (no en vano, Kubrik abre el film con los primeros compases del poema sinfónico de Strauss Also sprach Zarathustra), o desde Jesús, el carpintero Nazareno, hasta Cristo el Ungido; como el proceso de individuación descrito por Jung desde el Ego al Sí-mismo, la Ser-encia de Heidegger, un descenso a los infiernos, abrazando y haciendo consciente La Sombra inconsciente en el proceso. También, a otro nivel, puede interpretarse como una "Escalera de Jacob" invertida hacia abajo, como un viaje espiritual hacia las profundidades del ātman. Incluso, también puede entenderse como un Camino de Santiago, pero no el actual y más conocido cristiano, que termina en Santiago, sino el primitivo, el original pagano llamado Camino de las Estrellas, que partiendo desde esa localidad, recorren las almas de los perdidos y desesperados, siguiendo la Vía Láctea, y muere con el Sol en el tenebroso mar del Fin del Mundo, en Finisterre, enclave mágico cuyas energías telúricas tenían, según los druidas celtas, el poder de resucitar a una nueva vida a aquellos que hasta allí iban para morir en una vida pasada y decadente.

La parte conceptual es para mí la más importante y cuidada del disco, y sin embargo es tan hermético que en general los que lo han escuchado me han transmitido que puede resultar algo confuso de seguir. Desde entonces, muchas veces me he planteado redactar un ensayo explicando extensamente la estructura y significado de cada parte y de cada canción, de todo en su conjunto, y de las relaciones holísticas entre todos los elementos. El presente texto representa un primer y breve intento en dejar por escrito todo esto, antes de que a mí mismo se me olvide el significado y el porqué de muchas de las cosas que fui incorporando al proyecto.

El WASTELAND está lleno de "migas de pan" para el oyente atento, el filósofo, el poeta, el ocultista y, en general, para toda alma sensible, inquieta y sedienta. Algunas referencias son más esotéricas, otras más obvias y populares. No obstante, en ocasiones es mejor no explicar nada, y que cada cual lo interprete a su manera. Como una tirada de cartas de Tarot, una consulta del I Ching, o el DA del dios védico Prajapati en el Brihadaranyaka Upanishad, en cada oyente resonará de un modo subjetivo, diferente y, con suerte, terapéutico.

Parte I

Idéal / CH’IEN / ATZILUTH / I Le Bateleur (El Mago)

  • 1. mer mercure
  • 2. 33 horses of eden
  • 3. interlude I nigredo

Parte II

Sündenfall / LI / BRIAH / XVI La Maison Dieu (La Torre)

  • 4. aktion t4
  • 5. eternal oblivion
  • 6. exodus
  • 7. interlude II albedo

Parte III

El Paraíso Baldío / K’UN / YETZIRAH / XX Le Jugement (El Juicio)

  • 8. wasteland
  • 9. kowloon
  • 10. civilization
  • 11. interlude III rubedo

Parte IV

Harmony of words and swords / K’AN / ASSIAH / XXII Le Mat (El Loco)

  • 12. jisei no ku
  • 13. death by water

Cada parte tiene varios nombres. Los nombres refieren conceptos, que son utilizados en el WASTELAND por su valor simbólico, y no siempre literalmente. En la Parte I, el primero de sus cuatro nombres es Idéal, que es una referencia a la primera parte de Les Fleurs du Mal de Baudelaire, llamada Spleen et Idéal. Es la etapa de la inocencia y el hedonismo; el plano más puro e idílico, el mundo de las Ideas, de los Arquetipos, lejos de toda restricción. Es la mítica Edad de Oro de Hesíodo, en la que la humanidad vive en armonía, y en comunión con el entorno. Los humanos no perciben la Naturaleza como un decorado en el que intervenir como actores, sino que son una parte más del decorado. No hay distinción entre fondo y forma, ni existe el Tiempo. Es un estado superpuesto de Caos absoluto y, a la vez, Orden absoluto. Pero esta época dionisíaca, embriagada de placer y despreocupado deleite, contiene en su voluptuosa indulgencia la semilla de la tragedia.

El primer nombre de la Parte II, Sündenfall, se refiere a “La Caída del Hombre”, la expulsión del Paraíso. Todas las culturas humanas, tanto en Oriente como en Occidente, incorporan en sus tradiciones, de alguna manera, el anhelo de retorno a los orígenes, al mítico “Paraíso Perdido” aludido por Milton, a la Arcadia libre de sufrimiento y pecado. Los humanos dejaron de vivir en armonía entre sí y con la Naturaleza precisamente desde que son humanos; cuando el mono baja del árbol, se hace consciente de sí mismo, y “siente vergüenza de su desnudez”. El último mono es a la vez el primer hombre, es el último representante de la barbarie, y a la vez heraldo de la civilización. Es Alfa y es Omega. Los últimos serán los primeros…
El Génesis bíblico narra que había dos árboles en el centro del Jardín del Edén: el Árbol de la vida, y el Árbol del Conocimiento del Bien y del Mal. Los que comen del Árbol de la Vida son eternos, porque viven en comunión con el Tao, con el Orden Natural de las cosas; viven en armonía con la Ley que subyace en lo profundo de la existencia y la configura, como un Río Vivo que fluye en el curso de la corriente de todas las posibilidades, todos los acontecimientos en potencia y todas las probables realidades. Desde la perspectiva de la Física Cuántica, comer del Árbol de la Vida sería formar parte de una función de onda ψ nunca colapsada. En el momento en que la bestia se vuelve sentiente, “come” del Árbol del Conocimiento del Bien y del Mal y acepta el fuego de Prometeo. Deja de vivir según el wu wei, el antiguo principio chino de no-acción, la no intención de intervenir en el curso de la corriente y fluir con ella. El qualia que adquiere tras comer de este árbol lleva a emitir juicios de valor, a distinguir el Bien del Mal, el fondo de la forma; esto implica colapsar la función de onda, alejarse del Tao, y (auto) expulsarse al Samsara, un Maya ilusorio de dolor, miedo y culpa. Es el castigo por querer ser dios, en vez de ser parte de dios. Ahora, el mundo es un decorado.

El Paraíso Baldío, nombre de la Parte III, representa el mundo estéril del Homo Sapiens, buscando un sentido que no existe a una vida que no es real. El recuerdo colectivo de un pasado mejor lleva a la humanidad, desesperada en un fútil esfuerzo por dar una coherencia semántica al mundo, a intentar imponer un Orden al progresivo Caos que lo consume a todo, construyendo una nueva Arcadia basada en el recuerdo, cimentada en las ruinas del Paraíso original, que irremediablemente lleva en su interior la semilla de un nuevo e inevitable colapso. El pasado se manifiesta en el presente, y el presente porta en su interior la causa que está construyendo el futuro que se ha de manifestar.

La Parte IV tiene por nombre Harmony of words and swords, una referencia al coherente estado de equilibrio entre idea y acción alcanzado por Mishima al final de su vida. El colapso de la Parte III desemboca en un catastrófico Armagedón que lo destruye todo, precipitando de nuevo, inevitablemente, el Caos/Orden absolutos del origen.

Los siguientes cuatro nombres de cada parte corresponden a trigramas del I Ching, el Libro de los Cambios. El principio fundamental de este milenario texto de sabiduría china es la existencia de dos fuerzas contrapuestas, de cuya interacción surgen Las Diez Mil Cosas, el mundo conocido. Estas energías polares, conocidas en el taoísmo como Yin/Yang, están relacionadas eternamente en un baile de oposición mutua que genera cambio y movimiento, el movimiento universal, cuyo fluir constante y cíclico se manifiesta en la sucesión anual de las estaciones, o la sucesión del día y la noche. Los cambios cíclicos regeneran la vida; el final de un ciclo es el principio del siguiente, y a su vez cuando éste culmina lleva en su interior la semilla de su opuesto, conduciendo al siguiente ciclo, en una sucesión eterna, causal e inevitable. El sabio observa, y tratará de moverse en un sentido acorde con el curso del Orden Natural de las cosas. Interferir en ello trae desgracia y consecuencias catastróficas para el osado. Esta Weltanschauung cíclica de la Naturaleza es propia de las culturas matriarcales, que daban gran importancia a la alternancia diaria de luz y oscuridad, y al cambio anual de estaciones. Creación y destrucción se suceden continuamente de modo que nada permanece inmutable, salvo lo mutable. El Tiempo es una ilusión: todo cuanto ha de ocurrir en el futuro habita ya en lo profundo del pasado, y todo cuanto ha ocurrido habita en lo profundo del futuro. Para los seres humanos, las bestias que han bebido del fuego de los dioses, la distancia que separa el pasado del futuro es el WASTELAND, donde nada crece, ni nada permanece, y en donde están condenados a vagar desorientados, en destierro por su osadía.

Los trigramas son los principios fundamentales utilizados en el I Ching para formar los 64 hexagramas que describes escenarios y situaciones arquetípicas. Cada trigrama se compone de una combinación de tres líneas, que pueden ser YANG, continuas y duras, o YIN, interrumpidas y blandas. Estos son los cuatro trigramas que se suceden describiendo las cuatro partes del disco, de modo que una parte engendra a la siguiente parte:

CH’IEN, el CIELO, PADRE, YANG, ACTIVO-CREATIVO, PENETRANTE-MASCULINO, LUZ, SOL,
    …se rompe por dentro en…

LI, el FUEGO,
     …que termina de romperse en…

K’UN, la TIERRA, MADRE, YIN, PASIVO-NUTRITIVO, RECEPTIVO-FEMENINO, OSCURIDAD, LUNA
     …que se endurece por dentro convirtiéndose en…

K’AN, el AGUA.

El Movimiento, la energía creadora proviene del cielo, penetra en la tierra, que es receptora y fecundadora de esa energía primaria. El agua y la tierra, elementos YIN, representan la ductilidad, blanda y adaptativa, de la potencialidad del Ser en las Diez Mil Cosas. El fuego y el aire, elementos YANG, por el contrario, representan la rigidez, sólida e inamovible, de lo que es en concreto en las Diez Mil Cosas. Wittgenstein, en la primera proposición de su Tractatus lógico-philosophicus, formula esto sencillamente: el mundo es el caso. Continúa en 1.1 diciendo: El mundo es la totalidad de los hechos, no de las cosas. O dicho de otro modo, el mundo que conocemos es la totalidad de las cosas que son, no de las cosas que pueden ser. Luego, en la proposición 1.12, lo desarrolla así: […] la totalidad de los hechos determina lo que es el caso, y también todo lo que no es el caso. Y finalmente en 1.13 asevera: Los hechos en el espacio lógico son el mundo. En la metafísica de Wittgenstein, los hechos son configuraciones de objetos que son contingentes, esto es, que podrían no haberse dado. Los hechos no suceden porque sí, sino que están insertos en un espacio lógico, un espacio de posibilidades, algunas de las cuales se dan –son el caso- y otras no.
Lao Tse llamaría Tao a este espacio lógico; el Tao no decide las posibilidades se dan, sino qué posibilidades pueden darse. Interpretado desde la Mecánica Cuántica, el YIN sería la función de onda ψ que contiene todas las probabilidades, y el YANG el colapso de ésta en el mundo que percibimos. Podríamos imaginar el YIN como una corriente subterránea, un fluido similar a la sangre, que coagula en un punto sólido y concreto, el YANG. El ser humano es un coágulo que, mediante una observación consciente, coagula lo observado.

Los siguientes cuatro nombres provienen de la Qabbalah hebrea, y corresponden con los cuatro mundos, olanim o niveles de Manifestación, entre la divinidad y el plano físico, representados con el Árbol de La Vida.

ATZILUTH, el Mundo de la Emanación. Fuerza pura sin forma, materia, sentido o dirección. Fondo y forma son una única unidad infinita e indivisible.
BRIAH, el Mundo de la Creación. Surge el Tiempo. Dios, que abarcaba TODO (o la NADA) sin dejar por ello espacio para “lo otro/lo demás”, crea el universo en un proceso llamado TzimTzum, a partir de la explosión cósmica resultante de contraerse sobre sí mismo. En la posterior expansión infinita el Uno se divide, y los cambios se suceden. En el hinduismo, el movimiento también está presente en el proceso de Creación del universo: Nataraja, el dios Shiva como Señor de la danza, crea, mantiene y destruye cíclicamente el universo con su frenético baile. El cambio es movimiento: es lo que la humanidad, en consenso, llama Tiempo. El observador sentiente, al percibir cambio, lo percibe como movimiento, y de ahí infiere la ilusión del Tiempo.
YETZIRAH, el Mundo de la Formación. Surge la forma de las cosas (la forma se distingue del fondo), pero carece aún de materia.
ASSIAH, el Mundo de la Acción. Surge la materia física, como manifestación concreta de los mundos superiores.

El Árbol de la Vida está sustentado por dos pilares que representan los dos principios fundamentales del cosmos: a la izquierda el femenino (negativo/pasivo, Tiempo y materia), a la derecha el masculino (positivo/activo, Espacio y energía), y otro pilar central, llamado del Equilibrio (lo que sería el Aurea Mediocritas). El Árbol está integrado por 22 senderos que conectan diez emanaciones o Sefirot (once contando con Daat, una Sefirá especial por la cual algunos estudiosos han trazado un paralelismo con las once dimensiones mencionadas en la Teoría de Cuerdas, y que es equivalente a la primera del árbol, llamada Kether). Las tres columnas tienen además los atributos de las Sefirot que las coronan, siendo a la izquierda Binah, la Inteligencia; a la derecha Jokmah, la Sabiduría; y en el central, Kether/Daat, la Consciencia. El final de un olanim es a su vez el principio del siguiente, y siendo un proceso cíclico, el ASSIAH de una realidad correspondería con el ATZILUTH de "otra" realidad, el “siguiente” universo o plano de existencia. A su vez, cada Sefirá contiene cada uno de los cuatro mundos, lo cual apunta a una representación no solo cíclica, sino también fractal del universo como “mundos dentro de mundos”. Esta es una idea, por cierto, que no es exclusiva del judaísmo, y que Fritjof Kapra define como “redes dentro de redes”, una estructura multinivel de sistemas vivos anidados unos dentro de otros. El concepto mismo de Árbol de la Vida es un arquetipo presente en todas las mitologías a lo largo del mundo y la historia, estando presente en tradiciones milenarias como la medicina Ayurveda en la India (con chakras como Sefirot y nāḍī como senderos), en el Saosis egipcio, el Gaokerena persa o el Yggdrasil nórdico, por citar algunas. En adelante, se analizará este mitema desde la perspectiva propia de la Qabbalah, originaria de la España medieval.
El Árbol de la Vida implica un doble proceso; en el de Creación Universal, el sentido es de arriba a abajo, mientras que en el proceso de sublimación espiritual, el sentido es inverso. En el proceso de Creación, de la primera Sefirá del Árbol, Kether, emana el universo y todo lo demás, incluido también el primer hombre, el llamado Hombre Celestial o Adam Kadmon, que es el molde cósmico que contiene al resto de la humanidad física (percibida y percibible), y cuyo cuerpo se corresponde con la estructura de un Árbol de la Vida completo, con sus correspondientes olanim. La emanación divina desciende a través de los cuatro mundos hasta la última Sefirá, Malkuth, que la manifiesta o “coagula” en el plano material de Espacio y Tiempo (en Física Cuántica diríamos que colapsa la función de onda ψ) destilando todo lo anterior, cristalizando la esencia de los mundos por los que ha ido descendiendo. El proceso inverso, el de sublimación espiritual, representa el recorrido del alma, ascendiendo desde la material bruta y vil a través de los mundos más elevados, hasta su reencuentro con la divinidad.
En una analogía similar con la colocación de los chakras a lo largo del cuerpo sutil en la tradición Ayurveda, Kether se ubicaría en la coronilla del Adam Kadmon, y es equivalente, en un plano material, a Daat, que se ubicaría a la altura de la garganta, y estando en el pilar central justo debajo de Kether, ejerce de nexo de unión entre Binah (en el pilar izquierdo) y Jokmah (en el derecho). Daat es una Sefirá especial, que “flota” o se oculta en el Abismo del pilar central del Árbol de la Vida, y es conocida como la Sefirá del Conocimiento, una palabra que en hebreo se utiliza en la Torá, también, como sinónimo de coito. Del pilar masculino parte la chispa abstracta de una idea, que se concreta en el pilar femenino. De este modo, Daat es el puente que une la infinita distancia entre idea y acción, concepto y realidad, teoría y práctica. Del matrimonio entre la Sabiduría y la Inteligencia surge el Conocimiento. Es como un padre que siembra una semilla, sin forma ni sentido, pero llena de potencial, y una madre que nutre y da forma a esa idea, siendo Daat entonces el hijo de este coito en el plano físico. Dicho de otro modo, el Conocimiento surge de dar sentido a la Sabiduría por medio del entendimiento (la Inteligencia).
Daat se equipara en la tradición cabalística con el fruto del Árbol del Conocimiento del Bien y del Mal que comieron los primeros humanos, tentados por la Serpiente, Lucifer (literalmente el que trae la Luz, tal como Prometeo trajo el fuego prohibido por los dioses a la humanidad robándolo en el Olimpo, siendo por ello duramente castigado por Zeus y desterrado), el Ángel Caído. El Conocimiento implica dualidad: un sujeto (observador) que conoce y un objeto de su conocimiento (lo observado). Es por ello que el acceso al Conocimiento es el origen de la dualidad, de la fragmentación del mundo en pedazos que luchan por decir “yo soy”. El acto de “comer” de Daat conlleva la separación irreversible del mono con el mundo, convirtiéndose en un observador que actúa en un decorado. De la corriente del Río Vivo se separan varias gotas que dejan de fluir, y coagulan en partículas sólidas y concretas, que observan el fluido y van nombrando –creando semánticamente su realidad- todo aquello que perciben con palabras en un lenguaje propio: “esto es una montaña, eso es un pájaro, aquello es una nube…”. Entonces, tras haber nombrado y clasificado su entorno en unidades de significado, estos seres fragmentados se observan a sí mismos y entre sí, exclamando con arrogancia “YO SOY”. Estableciendo un paralelismo con la Física Cuántica, se podría decir que, a través del pilar de la Consciencia, el observador va colapsando la potencialidad del universo, las posibilidades, en hechos; colapsa la onda en partícula, la energía en materia.
Daat es como una barrera, un Abismo que divide el Pensamiento divino indefinido en sus contenidos definidos y percibidos como entidades singularizadas. Para Aleister Crowley, esta Sefirá del Abismo está vacía de Ser, pero llena de todas las formas posibles que aún no son, vacías y carentes de significado, lo cual él interpreta como un desierto habitado por “demonios de polvo”, intrínsecamente malignos en su deseo de autoafirmarse, que anhelan poder llegar a ser, como entidades únicas e independientes. Un paisaje descrito en el WASTELAND en las texturas sonoras de la última pieza de la Parte II, Exodus. En el proceso de sublimación espiritual, cuando el alma, en su ascenso hacia Kether, ha pasado ya por Daat, se dice que ha trascendido la dualidad sujeto (observador) / objeto (observado), propia del mundo que conocemos, y está preparada para percibir y entrar en comunión de nuevo con el Uno, la unidad del Todo (y la Nada). La relación entre Kether y Daat, la Unidad y el punto en el que ésta se fractura, es una de las ideas desarrolladas en el WASTELAND, por lo que implica de crear realidad con la mente (coronilla-Kether) y la palabra (garganta-Daat), y es fundamental para entender esta pieza del disco, y el diálogo del protagonista con la divinidad justo al final de la misma, antes del interludio (véase Apéndice I).

En el WASTELAND, el sentido del viaje es del Kether al Malkuth, de arriba abajo como en el proceso de creación, pero una de las posibles lecturas el proceso es el de sublimación espiritual, implementando el concepto de Árbol de la Vida en la propia psique, en retorno al ātman hindú, la esencia interior universal de todos los entes, el núcleo del Sí-mismo o Selbst explicado por Carl Jung.
En otra posible interpretación del WASTELAND, cada etapa en el descenso por los cuatro mundos correspondería con las edades del hombre como individuo (la primera infancia, la juventud -tras el paso por Daat, el Conocimiento, que aporta el lenguaje y el pensamiento lógico-, madurez y senectud), y con las edades del hombre como especie (la bestia en la Edad de Oro, el Sapiens –Daat aportaría el descubrimiento del fuego y la agricultura-, el hombre contemporáneo, el superhombre –en este caso, más en el sentido del “Niño Cósmico” de 2001 que en el del Übermensch nitzeano).

Otro sentido en el que Daat aparece representada en el WASTELAND se encuentra en la canción Kowloon, de la Parte III. En esta canción, el protagonista, tras 40 días y 40 noches vagando por el WASTELAND, llega a Kowloon, el último asentamiento humano que queda, una ciudad levantada por los supervivientes de la antigua civilización caída, en un desesperado intento por recuperar la gloria del paraíso perdido. Narrativamente, Kowloon es análoga con la isla Eea en  la Odisea, pero al margen del simbolismo homérico, que se analizará en el Apéndice I, este asentamiento simboliza el mito de la Torre de Babel, un mitema recurrente en muchas y diversas culturas para explicar la dispersión lingüística y cultural de la humanidad primitiva. Aunque también será desarrollado posteriormente con más detalle en el Apéndice I, lo interesante a señalar aquí es lo que esta torre simboliza: una construcción humana que desafía a los dioses, en su osadía de levantar un monumento que conecta la tierra con el cielo: un puente entre el mundo físico y el mundo divino/espiritual. Como se ha dicho, las palabras actúan de puente entre el mundo mental y el mundo físico, son la puerta que conecta el plano del pensamiento con el plano de la acción. Si la garganta, el lenguaje, conecta el Pensamiento humano con el mundo físico, la Torre de Babel conecta el mundo físico con el Pensamiento divino. Y precisamente, el castigo impuesto por los dioses a la humanidad por su arrogancia es la confusión de las lenguas.
Si entendemos Daat como una Sefirá que actúa, a modo de “embudo” entre lo espiritual y lo material, en dos direcciones (a un lado siempre la Unidad, el Uno indivisible; al otro la dualidad, la diversidad múltiple) al conectar el mundo físico con la Consciencia divina a través de la Torre / Daat, la consecuencia ineludible, el “castigo divino”, es la fragmentación y difusión de las consciencias de los hombres, y de los hombres entre sí, en cuanto que la diversidad de lenguas implica diversidad de visiones del mundo o Weltanschauung (Ver Apéndice I). Es el precio a pagar por querer alcanzar a dios, por pretender conocer lo incognoscible: el Conocimiento, al entrar en contacto con lo incognoscible, se rompe y colapsa.

En el WASTELAND destaca especialmente la importancia de los 22 senderos que conectan las 10 Sefirot. El necio y el ingenuo buscarán la verdad oculta, bajo la superficie de las cosas. Empezarán a escarbar, imprudentemente, “pelando” las capas de la “cebolla” que conforma su realidad, en busca del tesoro de la verdad. Pero cuando llegan al final, tras la última capa solo hayan oscuridad y locura: se enfrentan con el vacío, la NADA. El sabio, por el contrario, no pela las capas que componen la realidad, porque sabe que la verdad no se oculta debajo, sino que se manifiesta con claridad entre las capas. Es en la relación vinculante entre elementos aislados donde un ser cognoscente puede encontrar el sentido. Es como el lenguaje, una palabra no tiene verdad salvo cuando se encuentra en su contexto. Desde una perspectiva holística, para poder entender un árbol, hay que entender el bosque. Solo así se obtiene el Conocimiento. Esta idea contrasta lógicamente con un conocido axioma hermético escrito en la Tabla de Esmeralda, atribuida al mítico alquimista egipcio Hermes Trismegisto, contemporáneo de Abraham: “como arriba, es abajo”, lo cual quiere decir que uno puede entender el bosque solo con entender uno de sus árboles. En la Qabbalah, el Árbol de la Vida puede ser tanto un modelo del universo (las 10+1 Sefirot como dimensiones) como del genoma humano (22 pares de autosomas + 1 par de alosomas, los cromosomas que definen el género sexual). Este concepto, que entronca con el mecanicismo cartesiano, es fundamental para la Gran Obra (Opus Magnum) de la Alquimia como se verá más adelante, y representa en esencia la diferencia de base entre el pensamiento místico Occidental y el Oriental, que es intrínsecamente holista, a pesar de las múltiples similitudes que entre ambos se pueden encontrar.

Los 22 senderos se corresponden también con las 22 letras del alfabeto hebreo, y se corresponden, a su vez, con los 22 Arcanos Mayores del Tarot (Torá, como se indicará más adelante). De ahí vienen los cuatro últimos nombres de las partes del WASTELAND, que son las cartas I, XVI, XX y XXII de los Arcanos.
La carta correspondiente a la Parte I se llama Le Bateleur (El Mago). Este Arcano simboliza la voluntad y el poder creativo, tanto de dios como del hombre; es una representación del concepto mencionado antes, “como arriba, es abajo”, una alegoría de cómo el hombre, creado como reflejo de la divinidad, ha heredado de ésta su naturaleza de ente individual y activo, con el ingenio para dominar y someter el entorno y sus recursos. En el WASTELAND, se refiere al momento álgido de toda civilización que, embriagada con la vanidosa arrogancia de un niño, se confía demasiado en su capacidad de intervenir irresponsablemente en el mundo, controlar y doblegar a la Naturaleza, al Eterno Femenino, y en un exceso de YANG, provoca su propio colapso.
Esta caída inevitable de la civilización está representada por la carta correspondiente a la Parte II: La Maison Dieu (La Torre), que es una carta de cambio, de mutación; a la vez una carta de destrucción y de creación, de muerte y renacimiento, consecuencia de la carta XIII, el Arcano conocido como La Mort (La Muerte), con ese mismo doble sentido implícito (13 es, además, el número de piezas del WASTELAND), y en relación causal, a su vez con su carta inmediatamente anterior, XII Le Pendu (el Colgado o Ahorcado). En definitiva, La Torre anuncia cambios bruscos y contundentes que precipitan el Caos y la incertidumbre.
La carta correspondiente a la Parte III es Le Jugement (El Juicio). Esta carta representa la redención, la resurrección final tras un largo (y muy poco grato) proceso de sublimación espiritual. Implica la toma de una decisión, firme y muy emocional, respecto al futuro, que supone una transformación radical; una decisión de ruptura con lo anterior, de dar muerte a una persona y a una vida pasadas, dado que toda elección conlleva intrínsecamente, de manera natural e inevitable, una renuncia. El que en verdad ha elegido algo, está necesariamente descartando lo demás (a esto alude la primera canción de la Parte IV, jisei no ku).
Aleister Crowley, en su versión del Tarot, llama a este Arcano El Eón, y le da un sentido de eternidad; la suya es una versión más radical del Arcano original, ya que hace más énfasis en la idea de nacimiento de algo nuevo más allá de la mera salvación (la nueva Era de Horus), y representa esta carta con la diosa egipcia del cielo, Nut, que todos los días devora el Sol al atardecer y vuelve a engendrarlo al amanecer, en un ciclo que es eterno, y es inevitable. En definitiva, esta carta implica una cierta exaltación que remueve el alma, y precipita los acontecimientos transformadores que cerrarán definitivamente una etapa, para bien o para mal. Es similar al Arcano de La Torre, porque es una carta que anuncia una transformación, un cambio del estado de las cosas. En la diégesis del WASTELAND, el segundo y fatal colapso de la civilización humana que tiene lugar en esta etapa, termina por aniquilar todo rastro del pasado, siendo como un reinicio desde cero, un nuevo comienzo, esta vez no sobre las ruinas de algo decadente y obsoleto que se derrumbó, sino sobre nuevos y fértiles cimientos.
Esta idea cíclica de muerte y renovación de la vida se encuentra en los orígenes del propio Tarot, que según apuntan algunas tradiciones esotéricas, surgió en Egipto como fruto del estudio de las crecidas anuales del Nilo, inundaciones que eran a la vez destructoras y fertilizantes. El mismo nombre, TAROT, implica cambio y movimiento. Según algunos estudiosos, la primera y la última T de la palabra son, en realidad, la misma. La T actuaría como bisagra para la O, la R y la A. Colocadas en un eje circular, se leería TORA, que es el Libro sagrado de la Ley en el judaísmo. El viaje cíclico empieza y acaba en el mismo punto. Como se comentaba anteriormente, WASTELAND también es la historia de alguien que pela la cebolla de la realidad para llegar al vacío más absoluto, descubriendo que la verdad no está bajo las capas, sino que ES las capas: volviendo al punto de partida. La verdad no se encuentra en las cosas, sino entre las cosas, en la relación entre las cosas y los senderos que las conectan. Como escribía T. S. Eliot, en Four Quartets:

“We shall not cease from exploration, and the end of all our exploring will be to arrive where we started and know the place for the first time”.

O como también asevera un dicho Zen:

“Antes del Zen, las montañas no eran nada más que montañas y los ríos solo eran ríos. Cuando te sumerges en el Zen, las montañas ya no son montañas y los ríos dejan de ser ríos. Cuando comprendes el Zen, las montañas son montañas, y los ríos son ríos”.

Este es el estado mental y espiritual del que se sumerge en el agua en la Parte IV, representado en su correspondiente carta, Le Mat (El Loco), el retorno a la naturaleza pura del niño que contempla el mundo por primera vez, y observa cristalinamente las cosas tal cual son, en un estado de gracia y homeostasis. El sendero que le corresponde a este Arcano en el Árbol de la Vida es el primero de todos, que conecta Kether con Jokmah (y viceversa). Este retorno al niño es para Nietzsche la última fase, tras el camello y el león, hacia el superhombre, y para Jung, la última etapa en el proceso de individuación. Es también equivalente a la iluminación de Buda, o al nazareno ahogado en el Jordán, que se hizo llamar El Ungido. En la diégesis del WASTELAND, tras un acto de acción y sacrificio (representado en la canción jisei no ku) el protagonista, finalmente, encuentra “el agua” que ha estado buscando en el humilde fluir con el Tao. Para el religioso, la Verdad, lo divino, se encuentra en su interior, en su alma, y también más allá del mundo, en los cielos; el mundo es para él una ilusión, una tramposa impureza. Para el solipsista, la Verdad se encuentra únicamente en su interior, en su mente consciente; fuera de él nada es real, no “hay” mundo, y mucho menos más allá. El que ha muerto por agua, sin embargo, ha sabido que únicamente hay Verdad en el mundo: entre lo divino y lo sentiente, el más allá y la mente, el cielo y la tierra, se encuentra la Verdad; en la distancia entre el TODO y la NADA, el 0 y el 1. Lo demás, sencillamente, no es.
Esa es la revelación final de la pieza número 13 del WASTELAND, death by water.
El Loco simboliza también la no-acción, el wu wei. En este sentido es un Arcano polarmente opuesto a El Mago, la carta anterior, que es su reverso. El Loco representa lo pasivo, lo receptivo, YIN. El Mago, por el contrario, simboliza lo activo, lo penetrante, YANG. Sin embargo, es causa y a la vez consecuencia de ella. Es interesante señalar también que el número de la carta El Mago es 1, pero el número asignado a El Loco no es fijo, como en el caso de los otros Arcanos. Según qué baraja, El Loco puede ser el 0 o el 22, e incluso en algunas barajas no tiene un número asignado (como la carta comodín, el Joker) porque es una carta que a la vez da inicio y cierra la baraja, Alfa y Omega, como la juntura o empalme de una cinta de Moëbius.

 

Los interludios: Nigredo, Albedo, Rubedo

En la metafísica del WASTELAND, la Creación puede ser de dos tipos, según sea un acto realizado desde el YIN (diosa madre) o desde el YANG (dios padre).
La Creación desde el YANG es similar al TzimTzum de la Qabbalah, al Opus Magnum de la Alquimia y al acto de pelar la cebolla mencionado anteriormente, y se entiende en la relación entre el Artista y su obra. Para el Artista, la Creación es un acto de destrucción, porque no crea su obra desde el vacío, desde la NADA; por el contrario, el Artista es un demiurgo que desde el principio ya contiene, en su pensamiento, la totalidad de la obra en todas sus posibles formas. La obra de Arte concreta que finalmente trae al mundo la obtiene por un proceso que implica descartar, pulir y tallar, tal como un ebanista talla la madera, o el escultor va dando forma a un bloque de barro. La obra de Arte, en su origen, es como un diamante en bruto en la mente del Artista, que debe ser refinado para expresar su potencial en una pieza concreta; por ello, se diría que la obra de Arte es descubierta o revelada al mundo.
La Creación desde el YANG es también la manera en que los alquimistas entendían la expresión SOLVE ET COAGULA, en su sentido literal y metafísico. Estas dos palabras resumen perfectamente el Opus Magnum, la Gran Obra de la Alquimia: el proceso consistente en la transmutación de la materia vil en materia noble, en oro, entendido el proceso en este caso como una purificación espiritual del ser. Representa la muerte y disolución del “Hombre Viejo” que dará paso al nacimiento de un “Hombre Nuevo” a partir de sus restos descompuestos. La deconstrucción de un ser vil y decadente para construir otro integrado, virtuoso y perfecto. Los practicantes de esta protociencia sabían que, para crear sustancias nuevas, debían descomponer, destruir, otras ya existentes, tal y como venía haciendo la humanidad desde mucho tiempo atrás para crear nuevas aleaciones a partir de la fundición de metales. Pero además, los alquimistas entendían la transmutación de los metales como un proceso análogo a la transmutación espiritual. En el Kybalión, un compendio de las enseñanzas de Hermes Trismegisto, se asevera que “la mente, así como los metales y los elementos, puede transmutarse de grado en grado, de condición en condición, de polo a polo, de vibración en vibración”.
En un sentido arquetípico de la Creación desde el YANG, el elemento masculino se desprende de una parte de sí mismo, se sacrifica, en cierto modo, en un acto de autodestrucción, para crear vida.
Este sacrificio es analizado por Frazer en La Rama Dorada desde el primitivo mitema del dios occiso, común a todas las formas de pensamiento mágico de la antigüedad más remota (véase Apéndice II).
La división del creador en un fragmento es también una creencia que se puede remontar al 4000 a.C., cuando los pueblos sedentarios comienzan a practicar la agricultura por esqueje, para cultivar los primeros árboles frutales (aceitunas, higos, dátiles, granadas y uvas) que podían obtenerse plantando en la tierra tallos y ramas (fragmentos) de los mejores árboles, y asegurarse así de obtener idénticos resultados en sus descendientes. En definitiva, la creación a partir de fragmentos, semen, esquejes, o bíblica costilla de Adán, es un acto de Creación sustractiva. Esto significa crear algo nuevo desde los restos y escombros de algo viejo, o como en la última pieza de la Parte III, Civilization, construir una nueva civilización a partir de las ruinas de otra corrupta que se ha venido abajo. Para Wittgenstein, todo cuanto uno pueda imaginar, pensar o crear en este mundo, siempre ha pertenecido a este mundo. La ley de la Conservación de la Materia, o Ley de Lomonósov-Lavoisier establece que “en la naturaleza nada se crea ni se destruye, solo se transforma”. La Creación desde el YANG es sustractiva, ocurre en el mundo con los ingredientes del mundo.

La Creación por YIN es en cambio creación aditiva, no tiene lugar “dentro” del universo: es la creación del universo mismo. No se hace con ingredientes del universo, sino que es la creación de los ingredientes del universo. No es destructiva, sino nutritiva. En la metafísica del WASTELAND, el dios padre representa la Voluntad creadora en el mundo. La diosa madre es la Potencia creadora del mundo. No necesita de la Voluntad para crear dado que su naturaleza intrínseca es crear, sin voluntad ni esfuerzo. Ambas fuerzas son complementarias y necesarias en el WASTELAND, pero de una manera diferente a lo comentado anteriormente respecto a la Qabbalah y el Árbol de la Vida. En la metafísica planteada en el disco es la diosa madre la que crea la forma, y el dios padre el que crea el contenido, y su relación de interdependencia mutua se basa en que, cíclicamente, del Caos surge el Orden, e inevitablemente el Orden tiende nuevamente al Caos. La diosa madre engendra el mundo y el demiurgo destruye el mundo desde dentro, desde el contenido, para que la diosa madre vuelva a crear de nuevo la forma. Un proceso inevitable y eterno, similar al concepto de entropía utilizado tanto en termodinámica como en la teoría de la información.

Los tres interludios actúan como pegamento entre las cuatro partes, y son a la vez resultado de la parte precedente y causa de la siguiente. Los términos Nigredo, Albedo y Rubedo corresponden con las tres etapas (cuatro, contando con Citrinitas, según las primeras tradiciones alquímicas) de la Gran Obra.

 

Interlude I: Nigredo

“Y del aire vino el fuego, y el fuego coagulará en tierra, y la tierra engendrará el agua, y el agua volverá al aire…”

Nigredo es la primera fase del proceso de transmutación, y consiste en la putrefacción de la materia, y del espíritu vil, que ha de envilecerse aún más si cabe, sumergiéndose en lo más oscuro, en la barbarie y la locura, hasta el Caos primitivo más esencial. Un descenso al “Corazón de las Tinieblas” de uno mismo, hasta encontrarse cara a cara con el horror, con La Sombra jungiana. Y la analogía con el libro Heart of Darkness de Joseph Conrad no es casual, como nada lo es en el universo determinista del WASTELAND. Originalmente, T. S. Eliot tenía como epígrafe para The Waste Land este fragmento del libro de Conrad:

“¿Estaba acaso viviendo de nuevo su vida en cada detalle de deseo, tentación y renuncia durante aquel momento supremo de total conocimiento? Gritó en susurros a alguna imagen, a alguna visión; gritó dos veces, un grito no más fuerte que una exhalación: ‘¡El horror! ¡El horror!’”

Hay claramente una analogía con un concepto de Nietzsche, El Eterno Retorno, que implica vivir la vida como si estuviéramos avocados a volverla a vivir una y otra vez, eternamente, en todos y cada uno de sus detalles. Obviamente, la idea de Nietzsche no era vivir una vida miserable de la cual uno se arrepienta luego, pero dado el caso, sería entonces como repetir para siempre el mismo dolor y sufrimiento, en un ciclo eterno similar al Infierno. Si tenemos en cuenta que la vida sentiente de un ser consciente empieza y acaba entre el momento que nace y muere, y para el observador no hay nada más anterior ni posterior a esa vida que pueda ser observado, podemos inferir que nacimiento y muerte actúan a modo de bisagras en un bucle cerrado que se retroalimenta, puesto que la experiencia del individuo está necesaria e irrevocablemente limitada por la duración de su qualia en lo que éste percibe como Tiempo. El eterno anhelo de trascendencia e inmortalidad del ser humano sería un síntoma de esta suerte de muerte en vida, que es la inmortalidad en un universo autocontenido. Es el mismo concepto del Epígrafe definitivo, utilizado por Eliot a recomendación de Ezra Pound, un fragmento del Satiricón de Petronio:

“PUES vi a la Sibila en Cumas con mis propios ojos colgada dentro de una botella, y cuando los niños le preguntaban: ‘¿qué quieres, Sibila?’ respondía ella: ‘quiero morir’”

La Sibila de Cumas fue una profetisa que pidió a Apolo, a cambio de su virginidad, vivir tantos años como granos de arena cupieran en su mano, que fueron un total de mil años que el dios le concedió. Pero ella olvidó solicitar también los mismos años de juventud, por lo que hacia los 700 años de vida estaba tan reseca y encogida como una cigarra, y fue encerrada en una pequeña botella en la que esperar la muerte. Una manera poética de describir la depresión, pero también el hastío e insoportable aburrimiento modernos, el vacío vital y la sequía espiritual de los habitantes del WASTELAND. Un aburrimiento propio del mundo moderno, descrito por Baudelaire como “el Spleen”, que saca lo peor de los hombres, y solo trae destrucción y locura. En un status quo aparentemente perfecto como el descrito en la Parte I, en el que hay una sobreabundancia de Orden por doquier, es inevitable, por pura entropía, que el Caos se manifieste, que del interior del YANG surja rugiendo el YING. La segunda ley de la termodinámica postula que la cantidad de entropía (Caos, desorden) en el universo aumenta con el tiempo, lo que implica que cuánto más se fuerce el Orden en una región de un sistema, más desorden se está generando en el sistema en su conjunto. Este “desorden” se traduce en calor en termodinámica, y en ruido en la teoría de la información. Desde la mecánica estadística, esto implica que aumenta la incertidumbre, y el sistema se vuelve más impredecible. Tratar de crear demasiados patrones ordenados por la fuerza en un ecosistema, por ejemplo, lo volverá inestable y puede conllevar un cambio climático que precipite la tragedia. El aburrimiento, en Les Fleurs du Mal y en el mundo moderno, es un catalizador de los impulsos destructivos más básicos y primitivos de la psique, es un heraldo del Caos que surge como consecuencia de una civilización que, en su zénit, se ha estructurado demasiado lejos del Orden Natural de las cosas, imponiendo por la fuerza un Orden artificial y perecedero. Esto precipitará la Parte II del WASTELAND, que empieza con Aktion T4, la respuesta contundente, directa e inevitable a un Orden opresor desde la radicalidad de la hýbris (véase Apéndice I).

La analogía mencionada anteriormente entre textos no acaba ahí. La Sibila de Cumas es mencionada también por Virgilio en la Eneida. En el sexto libro, se narra cómo ayuda a Eneas en su descenso al Hades, entregándole una Rama Dorada como credencial para el inframundo y guiándole hasta la entrada en el lago Averno. El propio Eliot estaba familiarizado con la obra de Frazer y remite a ella en su poema en más de una ocasión. Pero yendo más allá, las conexiones alcanzan el cine con Apocalypse Now, la película de 1979 en la que Francis Ford Coppola lleva la historia y los personajes del libro de Conrad de la jungla africana al infierno de Vietnam. Hay una escena al final en la que, moviéndose por la mesa de trabajo del coronel Kurtz (interpretado por Marlon Brando) la cámara nos muestra dos libros: uno es La Rama Dorada de Frazer, el otro From Ritual To Romance de Jessie Weston, un libro también citado por Eliot como influencia para The Waste Land en el que se traza un paralelismo entre el mito del rey occiso y la leyenda artúrica del Rey Pescador. Además, la ejecución de Kurtz al final del film, a manos del capitán Willard (Martin Sheen) es una exacta reinterpretación del mito del rey occiso (véase Apéndice II). Y para terminar, en una memorable escena antes de morir, Kurtz recita The Hollow Men, un poema publicado por Eliot en 1925 (tres años después de The Waste Land) en el que, por fin, introdujo como epígrafe un fragmento de Heart of Darkness: “Mistah Kurtz—he dead” (el señor Kurtz está muerto) cerrándose así, no sin cierta ironía, este círculo de referencias cruzadas.
Este primer interludio implica también, desde una perspectiva nitzeana, la etapa del camello en la evolución del hombre al superhombre, cargado a sus espaldas aún con la escoria y el peso de una moral caducas, con el mythos de una sociedad en decadencia. Pero un profeta habla, y su profecía anuncia los cambios que van a llegar, y en qué sucesión se darán los acontecimientos:

(aire – fuego – tierra – agua), (Le Bateleur / La Maison Dieu / Le Jugement / Le Mat), (I – XVI – XX – XXII)

Finalmente, el protagonista, que casi ya ha alcanzado su punto de ruptura, invoca con la voz quebrada de un Rey Pescador: “God save the Fisher Queen” (véase Apéndice II)


Interlude II: Albedo

Busco un Grial con forma de coño
Beelzebub, Beelzebub
En mis cartas veo la Espada
La muerte aguarda junto al mar

Vi el Sol salir en la noche
Lucifer, Lucifer
Vi el plomo mutando en oro
La muerte aguarda junto al mar

Al 3 de Copas me sacrifico
Satán, Satán
Veo agua en la Mesa Esmeralda
La muerte me espera junto a la mar

El Quijote amaba al molino
Satán, Satán
En Zocodover fue degollado
La muerte aguarda junto al mar

Albedo es la segunda fase del Opus Magnum. Esta etapa, asociada a la Luna, consiste en el equilibrio y reconciliación entre fuerzas contrarias; la unión de la dualidad, del YIN y el YANG complementándose en la matriz del alquimista (el círculo), la integración y aceptación responsable y consciente de los opuestos, representados en el caso del hombre por el arquetipo del Eterno Femenino o Anima, y en el caso de la mujer por el arquetipo su opuesto, el Eterno Masculino o Animus. Estos arquetipos de lo opuesto se encuentran inicialmente confundidos y mezclados con La Sombra de cada uno, sumergida en el inconsciente. El proceso que se lleva a cabo consiste en retirar e ir descartando las proyecciones que el arquetipo del opuesto emana, por ejemplo en el caso de los hombres hacia todas las mujeres que haya en su vida, ya sea la madre, la pareja, la hija o cualquier desconocida. Una etapa que Jung describe de introspección, de autoconocimiento de La Sombra y sus proyecciones, volviendo el alma a un estado de pureza inicial habiendo pulido las escorias, despejándola de los prejuicios y dogmatismos adquiridos a lo largo de la vida. Es una labor que implica reconocerse en el opuesto, y Jung advierte que, al igual que ocurre en el proceso de individuación, en el Opus Magnum hay que evitar caer en lo que se denomina transferencia, en la pasión amorosa con, en el caso del hombre “la Amada”, y en la mujer “el Amado”. Se trata de evitar las proyecciones del arquetipo inconsciente de nuestro género opuesto sobre las personas del mundo con ese género sexual. Con el propósito de que este matrimonio alquímico de los contrarios internos de la personalidad en el Sí-mismo sea, efectivamente, una vivencia interior que no sea proyectada, el hombre debe recordar que “la Amada” se encuentra únicamente en su interior, y la mujer lo mismo respecto a “el Amado” (véase Apéndice II). A esto se refiere la frase “El Quijote amaba al molino” en la canción, en alusión al episodio en que Don Quijote se enfrenta a unos molinos, que él, en su mente, percibe como Gigantes. En este caso, el personaje se enamoraría de su propia quimera, quedando así completada la fuga disociativa de Alonso Quijano, que toma el camino de la Espada bajo el nombre de Don Quijote, y recorre el WASTELAND con la misma pasión del fanático que, habiendo descartado progresivamente todos los apegos con su antigua vida, solo le queda seguir adelante, llevando sus creencias hasta el final, con todas sus consecuencias, algo que finalmente lleva a cabo en la canción jisei no ku, de la Parte IV.

Como en el proceso de individuación, en el que se “trae” al consciente lo inconsciente, cuando en la Albedo se hace consciente La Sombra, se integra conscientemente el arquetipo de lo opuesto dentro uno mismo. De la massa confusa resultante de la fase Nigredo, aplicando fuego se limpian y pulen las impurezas, se purifica la sustancia aumentando la temperatura al punto de licuarla, y quedando finalmente coagulada una sustancia andrógina, el rebis, la unidad de los opuestos en el Sí-mismo. Es un proceso similar al descrito en la obra taoísta "El Secreto de La Flor de Oro", en el que el semen del hombre, fluyendo hacia adentro en lugar de hacia afuera, engendra un hijo del espíritu.

Es también una etapa equivalente, en la filosofía de Nietzsche, al símbolo del león que destruye al camello, liberándose de las ataduras, dogmatismos y supersticiones adquiridas en la vida como progreso hacia la perfección. Es el momento en el que el hombre trasciende el mythos, dando paso al logos: la palabra oral mítico-religiosa se vuelve argumentativa, lógica y racional. En las formas antiguas de comunicación, vivas solo en tanto eran habladas, las palabras tenían Verdad en sí mismas porque se encontraban en el contexto de una tradición, y contaban con la participación del oyente (tanto emocional como comprensiva). El logos apela al uso de la palabra como herramienta para alcanzar la verdad, una verdad fruto del razonamiento y el diálogo filosófico, y no de la subjetividad emocional del grupo y la tradición.

La canción del interludio empieza con el zumbido de las moscas, en una doble alusión a la materia putrefacta resultante de la fase anterior (Nigredo) y a Beelzebub, un nombre derivado de Ba´al Zebûb, que se traduce como “El Señor de las Moscas”. Es un término peyorativo y despectivo acuñado por los hebreos, que lo empleaban para burlarse de la antigua deidad cananea Baal, y en general del conjunto de dioses semíticos del Asia Menor (venerados bajo el título de Baal, que significa “Señor”), denigrando así a sus adoradores, los filisteos, históricos enemigos del pueblo judío, debido a que en sus templos dejaban la carne de los sacrificios abandonada durante días, pudriéndose, por lo que estos lugares estaban infestados de moscas revoloteando en torno a las imágenes de las deidades. Es un término que representa la denostación moderna del mythos por el logos, la Razón que se burla y aplasta la superstición, la prepotencia del pensamiento racional elevándose sobre el pensamiento mágico. Por otra parte, en la novela “El Señor de las Moscas” de William Golding se aborda el tema de la lucha entre el lado racional y lógico y el lado bestial y mágico. Un tema universal, y que en Fedro es caracterizado por Platón con el “mito del carro alado”, un carro tirado por dos caballos, uno es blanco y virtuoso y el otro negro y vil. Es el auriga, personificación de la Razón, del locus de control, el que sabiamente debe conducirlos, sin permitir que uno predomine sobre el otro, tomando el control del carro. El choque entre lo civilizado y lo salvaje y la fina línea que separa a ambos es también un tema central del Heart of Darkness de Conrad, y en general fue muy debatido en la Europa colonial, desde la postura de autocrítica ilustrada conocida como el “mito del buen salvaje”.
La referencia a la plaza de Zocodover, en Toledo, proviene de un texto impreso en 1780, la “Cronica de los señores reyes católicos Don Fernando y Doña Isabel de Castilla y de Aragon, escrita por su cronista Hernando del Pulgar cotexada con antiguos manuscritos y aumentada de varias ilustraciones y enmiendas”, en la que se menciona brevemente a Fernando de Alarcón, un prestigioso alquimista de la época, que fue contratado por don Alonso Carrillo, arzobispo de Toledo, para que hiciera oro con el que “pagar las obras de caridad”. Pasado un tiempo y no habiendo obtenido oro alguno, el arzobispo enjuicia al alquimista por estafador y, condenado a muerte, fue degollado en la plaza de Zocodover en Toledo. Es un símbolo más del irreverente desprecio moderno hacia el mito arquetípico y la tradición. No obstante, como se verá, este nuevo logos se convertirá, con el tiempo, en un nuevo y peligroso mythos que colapsará sobre sí mismo.

Finalmente, en este interludio también participa el profeta, que anuncia el death by water venidero con el estribillo "la muerte aguarda junto al mar". En la metafísica del WASTELAND hay dos tipos de Creación, e igualmente hay dos tipos de Muerte, según sea un acto realizado desde el YIN (diosa madre) o desde el YANG (dios padre). La muerte desde el YANG es la Muerte por Fuego. El elemento Fuego purifica: los campesinos provocan periódicamente incendios controlados de los campos para erradicar las malas hierbas y regenerar la tierra, obteniendo nuevos frutos de las cenizas. La muerte desde el YIN es la Muerte por Agua. El elemento Agua no purifica, porque no actúa en el plano del contenido, sino en el de la forma, destruyéndola (y volviéndola a crear de nuevo). El poder creador y a la vez destructor del agua forma parte de la mitología humana desde sus orígenes más remotos, y se presenta en diversas formas, con elementos comunes a antiguos ritos paganos de vegetación y fertilidad, como ya apuntaba Frazer en La Rama Dorada. En Egipto, coincidiendo con el primer día en que, de madrugada, la estrella Sirio se hacía visible al Este del horizonte, daba comienzo la crecida anual del río sagrado Nilo, que periódicamente se desbordaba, abnegando las cosechas y destruyendo la vida, pero cuando volvía a su cauce, sin embargo, dejaba tras de sí la más fértil de las tierras, en las que crecerían las más ricas cosechas. Ciclos de vida, muerte y resurrección. ROTA R O TAROT
El Poema de Gilgamesh, la narración humana de la que se tiene constancia escrita más antigua de la historia, contiene ya el mitema universal del Diluvio o Gran Inundación, presente en muy diversas tradiciones posteriores, y es análogo con el acto de sumergirse en las aguas del bautismo cristiano. Representa la Muerte por Agua. Cuando vio Yahvé la vileza del hombre, decidió que no tenía remedio a su pecado, más que la completa aniquilación y reinicio general del mundo, para un nuevo comienzo inmaculado. Cuando Jesús visita al profeta del desierto, Juan el Bautista, en el río Jordán, se puede entender que murió ahogado en las aguas del Jordán. El Otro que sale del río ya no es el carpintero nazareno, ni siquiera se puede decir que sea una versión “purificada” del mismo: ahora tiene una identidad nueva (el Ungido, el Cristo) y un propósito que le pareció “convenible y necesario” emprender en su vida. La distancia que separa la iluminación y la fuga disociativa debe ser la misma que la existente entre la locura y la extrema lucidez como se verá en la Parte IV, concretamente en jisei no ku. El agua es el elemento catalizador que posibilita esta Vita Nuova.

La profecía también implica el conocimiento de la propia muerte, entender la naturaleza efímera de la vida como condición para obtener un nuevo tipo de conocimiento. Para ello, no basta con saber que uno va a morir: hay que entender que uno morirá, ser consciente de la fugacidad de la propia vida, memento mori.

Justo al final de este interludio, se escucha el crepitar de la Muerte por Fuego.


Interlude III: Rubedo

- Un día te quemarás. Eres de carne y hueso.
- Michael George Hartley, eres un filósofo.
-¡Y tú un loco!

- ¡Esto duele!
- Por supuesto que duele.
-¿Y entonces cuál es el truco?
- El truco, William Potter, es que no te importe que duela.

Rubedo es la culminación de la Gran Obra, vinculada al Sol. En cada una de las etapas anteriores, se ha ido aplicando el principio de SOLVE ET COAGULA, deshaciendo la forma cada vez más y elevando así la conciencia a niveles más puros. En esta fase se debe aplicar una última vez, con una intensidad tal que otorgue a la conciencia iluminada una forma nueva, una encarnación que une espíritu con materia. Esta es la transformación integral, la verdadera transmutación. Se crea un ser totalmente diferente del antiguo.

Desde la perspectiva del proceso de individuación, Jung interpreta la Rubedo como una representación del arquetipo del Selbst, la fusión del Ego y el Sí-mismo. Este logro de la totalidad supone descubrir la verdadera naturaleza de uno; el Ego, el Yo consciente de la personalidad, en la Rubedo siente el deseo de encontrarse con el Yo del Sí-mismo, el “dios-en-nosotros” o Yo consciente de la divinidad en el interior de la persona, del cual ya formaba parte desde siempre sin saberlo (como arriba, es abajo).

Si Albedo representaba la coniunctio entre los opuestos YIN y YANG de la persona, Rubedo es la nueva coniunctio resultante de la unión entre la mente y la carne. Y dado que en la metafísica del WASTELAND los conceptos “dios” y “alma” valen 0, el protagonista comprende que su nueva forma es en verdad el contenido del mundo, o dicho de otro modo, que su forma es parte del fondo, del decorado, y que de hecho es el decorado, y en verdad nunca dejó de serlo. Tras la muerte por agua al final de la Parte IV, ya no habrá actores, ya no habrá sujetos observadores. Pero antes tiene lugar el momento de anagnórisis final en el que el Quijote recuerda su nombre, Alonso Quijano, y sale del estado de fuga disociativa, lo cual, en el WASTELAND, sucede en la canción jisei no ku. El mundo, cuyo valor es ahora 1, está rodeado por 0 y 0, la NADA interior y la NADA más allá. Del mismo modo, el protagonista, que ha sido consciente de la muerte en Albedo, entiende ahora que tanto el nacimiento como la muerte son ilusiones, palabras vacías sin un contexto, conceptos incognoscibles que nunca podría llegar a conocer, en tanto que es un ser cognoscente. Entre el nacimiento y la muerte se haya la vida, autocontenida. Una vez más, se repite la idea de que la Verdad se haya en la distancia entre dos opuestos. Por ello, el protagonista se sabe eterno, y tras este progresivo descarte de escorias y falacias, solo le queda trascender la Verdad Universal Última a la que llega: el dolor. En un proceso similar al que tiene el personaje de Kurtz tanto en Heart of Darkness como en Apocalypse Now, el protagonista expresa en su poema de despedida o jisei no ku cómo ha ido rompiendo progresivamente sus lazos con el mundo: sus amistades, su (ex) pareja, su familia más cercana. Finalmente, ya solamente le queda romper consigo mismo para completar el proceso. Es similar a un fanático, solo que es fanático de sus propios ideales, y es lo único por lo que vivirá, y morirá.
Ya no necesita un porqué para vivir: ahora tiene un para qué.

Este último interludio comienza con el galope de los caballos, pero a diferencia de su aparición en 33 horses of eden y al final de civilization (veáse Apéndice I), en esta ocasión los caballos se han dejado domar, y están integrados en la persona (el protagonista se ha comido su caballo en el prólogo de kowloon). En la analogía con el superhombre de Nietzsche, ahora el león deberá ser crucificado para dar paso al Niño.
Es el sacrificio del Ego: trascenderse a sí mismo. Trascender la materia, la carne, a través de trascender el dolor, que es el carcelero que nos mantiene atrapados en la prisión del Samsara. El miedo al dolor nos somete, y reafirma la ilusión de que lo que percibimos contiene Verdad, de que las sensaciones y el mundo percibido a través de los sentidos es “real”. Pero los sentidos, y el dolor en concreto, se encuentran en la frontera del mundo (1) con la NADA (0), y actúan en el vacío incognoscible que se haya más allá del cráneo (hacia dentro) y del universo cognoscible (hacia afuera). Si el contexto del dolor se haya fuera del mundo, el dolor -y los sentidos- no son el mundo. Son apenas palabras pronunciadas en lenguaje humano, poderosas para los humanos pero vacías de contenido y carentes de forma en el mundo. Una vez entendido esto, el protagonista está preparado para sumergirse en el Daat y cruzarlo en el sacrificio de la muerte por agua. Es Travis Bickle, cuando se rapa la cabeza antes de poner en orden pensamiento y acción, en absoluta coherencia, sin fisuras, sin intención. Naturalmente.
Es Kurtz, es Mishima, es el Cristo.

Sus palabras y su espada han encontrado la armonía.